La mirada fronteras hacia afuera del país, léase el FMI, es que la reducción de carteras impactaría en el presupuesto. Sin embargo, en términos financieros, la diferencia de Ministerio a Secretaría no es sustantiva. Achicar el Estado no es agrandar la Nación ni modernizarla.
Quedó claro que achicar el Estado no es agrandar la Nación y tampoco modernizarla. La nueva reestructuración ministerial no muestra, en principio, mayores cambios en el rol estatal, pero sí genera mayores controversias. Las modificaciones en la ley de Ministerios a partir del decreto 801/2018 continuaron un debate sobre el rol de diferentes instituciones. Se pone en cuestión, entre otros aspectos, el rol de Trabajo, Ciencia y Técnica y la Salud con rango inferior al de Ministerio.
La mirada fronteras afuera, léase FMI, es la reducción de carteras que impactaría en el presupuesto, sin embargo en términos financieros la diferencia de Ministerio a Secretaría no es sustantiva; en términos de nombres tampoco, pocos se han ido. La mirada fronteras adentro es la degradación de sectores estratégicos y esenciales con historia en Argentina en la que se pierde flexibilidad decisional, plasticidad administrativa y operativa y disminuye la importancia en la imagen social e histórica que han llegado a tener esos Ministerios.
Sí ha quedado claro que en esta reestructuración nadie se ha preocupado por la desaparición del Ministerio de Modernización, devenido ahora Secretaría de Gobierno –párrafo aparte merecería esta nueva denominación a varios ex ministerios (Decreto 802/2018)–
Tengamos en cuenta que una de las acciones centrales del gobierno ha sido modernizar el Estado, para ello creo un Plan de Modernización (Decreto 434/2016) con antecedentes similares en los gobiernos de De la Rúa, Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner. Ya su denominación, que no representaba un sector, como trabajo, salud, o ciencia y tecnología, genera ruido. Su significado deja grandes nebulosas interpretativas. ¿Qué es modernizar? ¿Cuál es el parámetro? ¿Cuándo y cómo modernizamos? Para el caso, podríamos incluir un Ministerio o Secretaría de la felicidad como hay en Bután, o del buen vivir como en Ecuador, o hacer 17 ministerios, uno por cada uno de los objetivos del desarrollo sostenible al 2030.
Pero dejando de lado su denominación, podemos señalar que más que modernizar, algunas de las acciones que están desarrollándose parecerían focalizarse más en el atraso que en lo moderno. Contradictoriamente a como su nombre lo indica, dentro de sus ejes centrales se impulsan medidas que se asemejan a un taylorismo fallido, incluso lejos del clásico modelo burocrático weberiano.
Por ejemplo, la modernización propuesta tiene entre sus principales medidas el control estricto de empleados de la administración pública y sus horarios, y la informatización de trámites.
Podemos señalar que las medidas de este tipo definitivamente no generan por arte de magia mayor productividad. ¿Por qué el empleado público que tiene que cubrir sus 7/8 horas fijas en un lugar va a trabajar más? Se generan por el contrario dispositivos culturales informales. Podría estar las horas correspondientes mirando diferentes páginas de internet, husmeando el celular, hablando por teléfono leyendo en algún rincón algún texto, entre otras cosas. Es la forma de rebeldía organizacional que se utiliza cuando los sistemas de control son carcelarios.
Por el contrario, qué pasa cuando se pide que se quede fuera de horario, que vaya más temprano a un evento o que almuerce rápido en el escritorio. Si de modernización hablamos, entonces busquemos nuevas formas de gestionar el empleo público.
Cabría preguntarnos qué pasa cuando un jefe manda un mensaje después del horario de trabajo para preguntarle “¿hiciste el informe?” Y el empleado tiene que responder s”i o no”. ¿Es trabajo? ¿Cómo contabilizan el minuto de lectura y respuesta cuando el empleado estaba cenando con su familia o mirando televisión? ¿Es sólo un minuto o se queda pensando un rato más sacado de eje en su momento de tranquilidad, ocio y esparcimiento?
En el segundo de los casos, la aplicación de un sistema de gestión electrónica conceptualmente podría ser considerado un avance, pero su uso ha estado permeado de una importante cantidad de fallas de implementación, tema clave a considerar en el diseño de políticas públicas: es un sistema que funcionaba en la Ciudad de Buenos Aires implantado en Nación con sus particularidades, genera notas, pedidos, expedientes que van personalizados y que se frenan si el funcionario al que se lo envían no lo mira, intenta ahorrar papel pero al pasar por varias oficinas la tendencia cultural es a imprimir, el sistema colapsa asiduamente y es poco amigable para el usuario en su funcionamiento.
Si hablamos de modernización tenemos que hablar de futuro, y el control horario homogéneo y generalizado atrasa. No hablamos de guardias, atención al público, servicios específicos que requieren presencia física (aunque cada vez menos).
Pensemos, por el contrario, en sistemas meritocráticos, trabajos por objetivos y metas, flexibilidad en el tiempo, en espacio y en funciones, teletrabajo, oficinas móviles, despapelización, agencialización, terciarización, gestión por resultados entre otras herramientas. Hay jefes, cadenas de mando, estructuras verticales para coordinar las acciones de los empleados de diferentes maneras, pero en ningún caso se debe olvidar que cada persona es única lo mismo que el trabajo.
Si realmente se quiere modernizar hay dos elementos claves a tener en cuenta, un plan estratégico de características participativas que permiten delinear un futuro integral y un cambio de la cultura de las organizaciones públicas que acompañarán los cambios que se vayan generando. Eso sería un principio para llegar a pensar en forma moderna. Nada de esto pareciera haber sido considerado con la modificación del rango ministerial.
Gustavo Blutman es doctor en Ciencias Económicas (UBA) y profesor titular regular de Administración Pública, FCE, UBA
SOCIOS DE LA AAEAP EN LOS MEDIOS
SOCIOS DE LA AAEAP EN LOS MEDIOS
¿Y la reforma del Estado para cuándo?
La mirada fronteras hacia afuera del país, léase el FMI, es que la reducción de carteras impactaría en el presupuesto. Sin embargo, en términos financieros, la diferencia de Ministerio a Secretaría no es sustantiva. Achicar el Estado no es agrandar la Nación ni modernizarla.
Quedó claro que achicar el Estado no es agrandar la Nación y tampoco modernizarla. La nueva reestructuración ministerial no muestra, en principio, mayores cambios en el rol estatal, pero sí genera mayores controversias. Las modificaciones en la ley de Ministerios a partir del decreto 801/2018 continuaron un debate sobre el rol de diferentes instituciones. Se pone en cuestión, entre otros aspectos, el rol de Trabajo, Ciencia y Técnica y la Salud con rango inferior al de Ministerio.
La mirada fronteras afuera, léase FMI, es la reducción de carteras que impactaría en el presupuesto, sin embargo en términos financieros la diferencia de Ministerio a Secretaría no es sustantiva; en términos de nombres tampoco, pocos se han ido. La mirada fronteras adentro es la degradación de sectores estratégicos y esenciales con historia en Argentina en la que se pierde flexibilidad decisional, plasticidad administrativa y operativa y disminuye la importancia en la imagen social e histórica que han llegado a tener esos Ministerios.
Sí ha quedado claro que en esta reestructuración nadie se ha preocupado por la desaparición del Ministerio de Modernización, devenido ahora Secretaría de Gobierno –párrafo aparte merecería esta nueva denominación a varios ex ministerios (Decreto 802/2018)–
Tengamos en cuenta que una de las acciones centrales del gobierno ha sido modernizar el Estado, para ello creo un Plan de Modernización (Decreto 434/2016) con antecedentes similares en los gobiernos de De la Rúa, Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner. Ya su denominación, que no representaba un sector, como trabajo, salud, o ciencia y tecnología, genera ruido. Su significado deja grandes nebulosas interpretativas. ¿Qué es modernizar? ¿Cuál es el parámetro? ¿Cuándo y cómo modernizamos? Para el caso, podríamos incluir un Ministerio o Secretaría de la felicidad como hay en Bután, o del buen vivir como en Ecuador, o hacer 17 ministerios, uno por cada uno de los objetivos del desarrollo sostenible al 2030.
Pero dejando de lado su denominación, podemos señalar que más que modernizar, algunas de las acciones que están desarrollándose parecerían focalizarse más en el atraso que en lo moderno. Contradictoriamente a como su nombre lo indica, dentro de sus ejes centrales se impulsan medidas que se asemejan a un taylorismo fallido, incluso lejos del clásico modelo burocrático weberiano.
Por ejemplo, la modernización propuesta tiene entre sus principales medidas el control estricto de empleados de la administración pública y sus horarios, y la informatización de trámites.
Podemos señalar que las medidas de este tipo definitivamente no generan por arte de magia mayor productividad. ¿Por qué el empleado público que tiene que cubrir sus 7/8 horas fijas en un lugar va a trabajar más? Se generan por el contrario dispositivos culturales informales. Podría estar las horas correspondientes mirando diferentes páginas de internet, husmeando el celular, hablando por teléfono leyendo en algún rincón algún texto, entre otras cosas. Es la forma de rebeldía organizacional que se utiliza cuando los sistemas de control son carcelarios.
Por el contrario, qué pasa cuando se pide que se quede fuera de horario, que vaya más temprano a un evento o que almuerce rápido en el escritorio. Si de modernización hablamos, entonces busquemos nuevas formas de gestionar el empleo público.
Cabría preguntarnos qué pasa cuando un jefe manda un mensaje después del horario de trabajo para preguntarle “¿hiciste el informe?” Y el empleado tiene que responder s”i o no”. ¿Es trabajo? ¿Cómo contabilizan el minuto de lectura y respuesta cuando el empleado estaba cenando con su familia o mirando televisión? ¿Es sólo un minuto o se queda pensando un rato más sacado de eje en su momento de tranquilidad, ocio y esparcimiento?
En el segundo de los casos, la aplicación de un sistema de gestión electrónica conceptualmente podría ser considerado un avance, pero su uso ha estado permeado de una importante cantidad de fallas de implementación, tema clave a considerar en el diseño de políticas públicas: es un sistema que funcionaba en la Ciudad de Buenos Aires implantado en Nación con sus particularidades, genera notas, pedidos, expedientes que van personalizados y que se frenan si el funcionario al que se lo envían no lo mira, intenta ahorrar papel pero al pasar por varias oficinas la tendencia cultural es a imprimir, el sistema colapsa asiduamente y es poco amigable para el usuario en su funcionamiento.
Si hablamos de modernización tenemos que hablar de futuro, y el control horario homogéneo y generalizado atrasa. No hablamos de guardias, atención al público, servicios específicos que requieren presencia física (aunque cada vez menos).
Pensemos, por el contrario, en sistemas meritocráticos, trabajos por objetivos y metas, flexibilidad en el tiempo, en espacio y en funciones, teletrabajo, oficinas móviles, despapelización, agencialización, terciarización, gestión por resultados entre otras herramientas. Hay jefes, cadenas de mando, estructuras verticales para coordinar las acciones de los empleados de diferentes maneras, pero en ningún caso se debe olvidar que cada persona es única lo mismo que el trabajo.
Si realmente se quiere modernizar hay dos elementos claves a tener en cuenta, un plan estratégico de características participativas que permiten delinear un futuro integral y un cambio de la cultura de las organizaciones públicas que acompañarán los cambios que se vayan generando. Eso sería un principio para llegar a pensar en forma moderna. Nada de esto pareciera haber sido considerado con la modificación del rango ministerial.
Gustavo Blutman es doctor en Ciencias Económicas (UBA) y profesor titular regular de Administración Pública, FCE, UBA
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Autor/es: Gustavo Edgardo Blutman
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