Juan Marcelo Calabria

La irrupción de las nuevas tecnologías y las transformaciones digitales que se han producido en las últimas décadas tanto en nuestra vida en sociedad, como así también en nuestra vida privada; a tal punto que podemos asegurar que hoy por hoy son muy pocos los aspectos de nuestra existencia que no estén atravesados por las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, los algoritmos, la inteligencia artificial, la robótica, etc.

La gestión pública y en especial los/las líderes de las organizaciones estatales, se encuentran hoy ante el gran desafío que la era digital de la cuarta revolución industrial o era exponencial les presenta especialmente desde la digitalización y transformación desde las estructuras hasta los procesos, que demanda cambios urgentes y necesarios en el modo de abordar la gestión y sobre todo en la forma de liderar las instituciones públicas en la toma de decisiones y el diseño y ejecución de los planes y programas de políticas públicas en todos los niveles.

Ante estos grandes cambios que se han acelerado de manera exponencial por la pandemia que cursa el mundo desde fines de 2019, y que han impactado de lleno en la vida de las instituciones y organizaciones de la sociedad, y muy especialmente en las organizaciones públicas estatales que han tenido que modificar sus pesadas estructuras burocráticas y adaptarse de manera veloz y casi desenfrenada para poder seguir cumpliendo sus funciones esenciales y brindando bienes y servicios a la ciudadanía, que en un contexto de crisis, inusitada para el mundo como la actual, necesitó y necesita aún, en gran medida de las políticas públicas y la plena intervención de los Estados, incluso en el caso de millones de personas para poder subsistir.

Podemos asegurar que la historia de la humanidad más que de continuidades está escrita de sobresaltos, idas y vueltas, avances y retrocesos, y que para nada es una serie de acontecimientos lineales, los que sólo sirven para una mirada metodológica y son productos de consenso de las disciplinas científicas para poder abordar a modo de compartimentos los temas a estudiar y/o investigar.

Y algo que nos ha quedado claro, sobre todo en las últimas décadas: que detrás de todo salto, cambio y evolución hay líderes y emprendedores que se propusieron logros sobresalientes y tuvieron la capacidad de reunir a las personas, el consenso y los recursos para hacerlos realidad y transformar su entorno y realidad. No hay sustituto para este factor tan humano y al mismo tiempo tan especial que es el liderazgo, o al menos es muy difícil vislumbrar que algún algoritmo pueda reemplazar la acción de liderar, necesaria en cualquier núcleo, equipo u organización humana.

Un buen ejemplo son los 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) – Agenda Mundial 2030 – acordados por la Organización de las Naciones Unidades que constituyen, quizás, en términos de agenda global, la apuesta más audaz de la historia en materia de desarrollo económico, social y ambiental, con un punto de enfoque respetuoso de los derechos de las generaciones futuras además de las actuales. Y que, como parte del signo de los tiempos, coincidieron con la aprobación también en 2015 del Acuerdo de París en el marco de la Conferencia de Cambio Climático (COP21) que representa un conjunto de pautas y objetivos para que cada país pueda encarar la reducción de gases de carbono y gestionar los riesgos del cambio climático, coincidentemente también con la encíclica de la Iglesia Católica Laudato Si’ referida al cuidado de “nuestra casa” nuestro planeta, que también de esos tiempos.

Quizás por primera vez en la historia un mismo acuerdo de metas incluye tanto a países desarrollados como también a los que están en vías de desarrollo, generando un enorme potencial y por supuesto otorgando una gran legitimidad para la acción colectiva y también particular de cada nación. Este gran esfuerzo del mundo por establecer una agenda global de desarrollo sostenible, nos permite visualizar también un gran esfuerzo de liderazgo público mundial, ya que un acuerdo de estas características necesita de grandes negociaciones y consensos y detrás de ello está sin duda la impronta del liderazgo.

Tres grandes dimensiones y/o ejes temáticos integrales fueron adoptados de forma prioritaria para establecer y acordar los objetivos globales: crecimiento económico, inclusión social y protección del medio ambiente. Muy en línea con el concepto de Triple Impacto que hoy se maneja en el lenguaje y planificación del liderazgo empresarial y de la economía B y que se han erigido en el corazón de las llamadas nuevas economías en auge en el mundo actual, con objetivos sociales responsables y cuidado del medioambiente como motores del nuevo mundo empresarial mundial y muy presente sobre todo en las nuevas generaciones.

A inicios del año 2020, el Secretario General de la ONU, el portugués Antonio Guterres, hizo un enfático llamado a “redoblar los esfuerzos de todos los países para hacer realidad una década de grandes logros que nos permita llegar al cumplimiento de tan ambiciosos objetivos en el año 2030”. Este llamado y esta acción fortalecida para la década que hemos comenzamos a transitar 2020 – 2030 tiene tres niveles:

Acción a nivel mundial: Desde la cual deben emanar más recursos, liderazgos más eficaces y nuevos modelos de solución global para nutrir a los países en sus capacidades para alcanzar logros concretos en los ODS. Acción a nivel local:Orientada a fortalecer el diseño y organización de políticas, presupuestos, mecanismos institucionales y marcos regulatorios que faciliten el avance en países, regiones y ciudades. Especialmente se requiere aquí un inteligente manejo de las transiciones entre todo lo que debe dejar de hacerse y lo nuevo que se pone en marcha para el cumplimiento de los ODS. Acción por parte de las personas: Aquí están las bases más sólidas de este movimiento para mejorar la humanidad: las personas cada vez más conscientes de la necesidad de avanzar en los ODS y el convencimiento de que pequeñas aportaciones son importantes para el conjunto, especialmente si logran irradiar e impulsar a organizaciones privadas, sindicatos, ONG/OSC, medios de comunicación e información, entidades académicas/universidades, etc.; y que son las que las mismas personas integran y por supuesto lideran. (ver “La Agenda para el Desarrollo Sostenible”https://bit.ly/2u2WsWQ)

Es decir si consideramos que los 17 ODS y sus 169 metas intermedias necesitan el desarrollo de políticas públicas coherentes en los países firmantes para que estos puedan alcanzarse, no menos cierto es que las personas que ocupan los cargos de liderazgo público y todos sus equipos de trabajo y staff de apoyo integrados fundamentalmente por el servicio civil – servidores públicos – de los Estados involucrados deben estar preparados, formados, comprometidos y alineados con esta agenda de desarrollo sostenible. Pero para ello el punto de partida debe ser sin duda la puesta en valor y profesionalización de líderes públicos y la función pública en su conjunto en todos los países.

Precisamente la realidad que viven las organizaciones en el mundo de hoy hace necesario adoptar modelos de liderazgos adecuados a cada momento y circunstancias por la que atraviesan las empresas, instituciones públicas y privadas, y las organizaciones sociales, y fundamentalmente permitir el desarrollo de una cultura organizacional que privilegie el éxito conjunto por sobre el éxito personal, promoviendo el desarrollo de liderazgos participativos y construcciones a partir del esfuerzo conjunto y trabajo en equipo, basado en la construcción de capital intelectual, conocimiento colaborativo, relaciones efectivas y valores compartidos entre las personas. (Calabria, 2019).

A esto habrá que agregar además la construcción de una cultura organizacional flexible y dinámica que permita entre otras cosas adecuar costumbres, pero también normativa y estructuras a el trabajo remoto, entornos digitales de labor desempeño, aprendizaje inteligente y continuo, y un esfuerzo conjunto a partir de la interoperabilidad y la coordinación entre las organizaciones sobre todo estatales que permitan crear una nueva gestión pública adecuada al trabajo colaborativo y el desempeño de funciones compartidos con la robótica y la inteligencia artificial.

Tarea para nada sencilla y desafíos por demás ciclópeos para organizaciones y una administración pública todavía muy rígida y asentada en el paradigma burocrático del siglo XX, pero que necesita adecuarse y transformase profundamente para los desafíos del siglo XXI de la Cuarta Revolución Industrial y la Era Exponencial.

Siguiendo a la CEPAL, nos parece oportuno destacar que se observa en el continente, así como en otras partes del mundo, la emergencia de una ciudadanía más crítica y demandante respecto de los sistemas políticos, más empoderada y con crecientes grados de movilización social. En este marco, el tema del Liderazgo para el desarrollo aparece como una necesidad central frente a estos procesos, y para colaborar en el fortalecimiento de sistemas políticos democráticos y sociedades más inclusivas y sustentables. (CEPAL, 2015).

El liderazgo público presume desarrollar atributos, competencias y capacidades para el manejo de escenarios complejos, resolución de conflictos, negociación y comunicación, acuerdos y consensos, generando instancias de trabajo en equipo; sin dejar de lado las capacidades de desarrollos de TIC y administración de datos y redes sociales públicas y la consiguiente articulación de redes público-privadas. Y claro además supone la capacidad de gestionar recursos humanos y financieros con que disponen para funcionar las instituciones públicas estatales, liderando procesos de planificación participativa, manteniendo la comunicación fluida con la Sociedad Civil, en este contexto de ciudadanía requirente y participativa, tomando decisiones en estos escenarios dinámicos, complejos y cambiantes a los que hacíamos referencia, pero además demostrar a través de dichas decisiones y acciones, la ética e integridad como fundamento de toda intervención y acto de gobierno y/o acción administrativa. (Calabria, 2019).

Agregando además, en palabras de la Carta Iberoamericana de Ética e Integridad en la Función Pública, la preocupación por la corrupción y sus dañinos efectos para el desarrollo y la convivencia y que se ha expandido por todo el mundo. Numerosos documentos internacionales la consideran como la más dañina enfermedad política de nuestra era. Asegurando además que: “Para muchos países pobres y con gobiernos frágiles se ha convertido en fuente constante de tensiones y una barrera permanente para lograr el desarrollo de su economía y el bienestar de su población; pero incluso en países desarrollados también está generando olas de indignación, desestabilizando gobiernos y entorpeciendo el crecimiento económico. Existe una cierta sensación de fracaso generalizado en el combate de este gravísimo problema social. Todo este encadenamiento de escándalos ha provocado que los niveles de desafección política se eleven y la deslegitimación de la acción pública se dispare. No obstante ello, un riguroso análisis comparativo global nos permite encontrar algunos ejemplos de países que han sabido implementar estrategias eficaces para detener y reducir fuertemente la enfermedad y sus efectos”. (CLAD, 2018; 3)

Aquí cabe una pregunta que nos venimos haciendo desde hace un tiempo y que puede ser oportuno disparador para la reflexión ¿Puede ser la falta de Ética y la Integridad en la función pública un obstáculo para el logro del desarrollo sostenible planteado por la Agenda 2030? La respuesta es categórica: SI. Pero además al dilema ético de la lucha contra la corrupción que se viene desarrollando con fuerza en gran parte del mundo, hoy se agrega además la gran discusión sobre la ética de las grandes decisiones públicas que se ven y se verán mucho más afectadas e interceptas por la Inteligencia Artificial: IA.

Por todo lo expuesto y de acuerdo a los pocos ejemplos que hemos citado a partir de los datos aportados por organismos multilaterales y supra nacionales, podemos asegurar de forma contundente que sin el desarrollo y construcción de estos liderazgos públicos para el desarrollo sostenible, en vano serán todos los esfuerzos que se hagan en cumplir con la ambiciosa pero justa y necesaria Agenda 2030 para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con el objetivo siempre utópico pero no por eso menos válido de un Mundo Mejor.

En síntesis, el mundo es un lugar mejor para la gran mayoría de las personas hoy que hace 200 o 100 años atrás, pero la magnitud e impacto de los problemas que aún tenemos en conjunto como civilización requieren una acción más intensa, una acción mucho más decida y liderazgos públicos éticos e íntegros, mucho más efectivos a escala local, regional y global; si es que verdaderamente queremos sostener el progreso equilibrado para alcanzar el bienestar para la mayor parte posible de la población mundial, con mayores y mejores oportunidades, con más salud, más inclusión y participación, mejorando la vida de miles de millones de personas y al mismo tiempo preservando “nuestra casa, nuestro planeta” a partir del tan necesario desarrollo sostenible para toda la ciudadanía.

Publicado en Memo, Política, Economía y Poder
19 de diciembre de 2021